No me pidas la calma de praderas
en que pastan su certeza las ovejas.
No reclames la paz
cuando has nacido para vivir en guerra.
Ni esperes compasión y treguas
de este devoto enemigo que te asedia.
No pretendas de mí más que la osadía
de deshacer relojes con caricias
dibujarte los mapas del tesoro con la lengua
destejerte y tejerte un palacio entre las piernas.
Seré tal vez ese que pasa con ganas de quedarse
a levantar contigo una ciudad sin policías
una aldea de besos
una iglesia sin rezos
un recuerdo que no duela.
Ese viento que te haga dudar entre dos pasos
y que te pida volver al lugar
en el que supiste
de verdad
quien eras.
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